jueves, 26 de agosto de 2010

"De botellones, serenos y esquinas"

Si me preguntan dónde me gusta ir por un trago, mentiría si dijera que la primera opción es ir al bar o a la chingana de Piérola, la verdad es que mi locación chelística preferida es la calle. Así es, como diría mi tutor de 6to de primaria, "en la mísera y cochina vía pública".


A estas alturas deben preguntarse, ¿a quién demonios se le ocurre escribir sobre botellones o chupetas en la calle? Pues la verdad fue mi compadre Patrick quien me recomendó el tema de esta nueva entrada. Patrick, como buen ex-alumno Marista, practica el mismo deporte por el que mis camaradas y yo dejamos el fulbito en pista. Es un cultor de esa exigida disciplina que me gusta llamar: "beber a nivel competitivo". En honor a tu ingenio Patrick, las siguientes líneas.

Primer encuentro

Domingo de verano, año 2004. Papá está en cuidados intensivos por un infarto cardíaco, en casa no hay nadie y mi tía pagó la semana en la cafetería. Para tu buena suerte, tus amigos del barrio están buscando que hacer y llegaron un par de borrachines del colegio de tu vecino con ganas de chupar.

Compras en la tienda de la vuelta porque la tía de tu calle es evangélica y no te vende trago, como es natural, nadie puede poner su casa. Esta postura es completamente comprensible porque, carajo, seamos sinceros ¿quién quiere cuidar al pollo del grupo o limpiar sus desgracias más tarde?

Como aún somos muy jóvenes para tomar conchudamente en la esquina del barrio, el veredicto popular se inclina por el malecón. Una vez allí, la sensación que te da el sonido del mar y ese vientecito nocturno hacen que valga la pena soportar el calor del verano. Una camioneta de serenazgo pasa cerca de nosotros y se escucha un retorcido: "puta madre". Esta es la parte en que no recuerdo quién fue el genio que dijo: "bajamos un poquito  y van a ver el point que tengo".

Acto seguido, en menos de 2 minutos me encuentro en una especie de meseta en medio del acantilado de Armendariz. Algo o alguien dejó unos ladrillos de techo cual sillitas en el piso junto a un arbolito raquítico, el recinto asemeja una terraza, aunque muy rudimentaria. Allí, de pie en esa franja de tierrra, veo frente a mis ojos el malecón de Miraflores y a la izquierda, el mar, el mar de Barranco.

Después de esa noche, nada sería lo mismo.

Continúa ...