lunes, 3 de noviembre de 2014

Cuando deje Barranco

Cuando deje Barranco, hincharé mi pecho con su aire para recordar el olor a mar.

Cuando deje Barranco, llevaré en la mirada el rayo de sol que se cuela entre poincianas y sauces. 

Cuando deje Barranco, recogeré una mora dormida sobre el asfalto para llevar el sabor de mi barrio. 

Cuando deje Barranco, caminaré el viejo puente para recordar: "Papá, ¿De verdad nunca se caerá?"

Cuando deje Barranco, iré por la avenida buscando viejas sonrisas que abrigan hasta hoy. 

Cuando deje Barranco, escucharé a lo lejos las risas de mis hermanos y la voz de mamá. 

Cuando deje Barranco, recorreré cada recoveco donde me enamoré de mí, de ti y del barranco.  

Cuando deje Barranco, pensaré en esos rincones donde  ardí furtivo y a media luz. 

Cuando deje Barranco, divisaré el mar desde mi esquina y rogaré al cielo verlo otra a vez. 

Cuando deje Barranco, devolveré el tridente que Poseidón perdió en Saenz Peña.

Cuando deje Barranco, recordaré que Achote el loco se llevó a la tumba un poquito de nosotros. 

Cuando deje Barranco, me sentaré en aquellas gradas y nos veré allí de nuevo. 

Cuando deje Barranco, juraré volver en carne, alma, ceniza o viento.  

Cada día que no me dejes, Barranco, sabré que me volviste de verdad. 




Conservamos nuestra ilusión de ser libres y encontrar nuestro lugar.


miércoles, 27 de agosto de 2014

El Bahía (Cap. 1)

Perro se sentía como la mierda, aquella vieja frase de papá invadía su mente una vez más. "¡Así es la vida puta!". Era lo que solía exclamar el viejo cuando algo lo frustraba.  Desempleo y desamor lo visitaron al menos tres veces ese año, la mala fortuna ganó de nuevo, jodido para variar.

Para mamá la respuesta era clara, fulminante, salió torpe como el inútil de su tío.  Sin embargo,  estaba por completo seguro de que su única culpa era haber visto la luz un veintinueve de febrero, al menos eso dijo siempre la mamama. Los achaques y estragos de la edad hicieron de ella superstición personificada. Sus días transcurrían plagados de timoratas expresiones de tradición popular y chamanería. Entre algunas de las clásicas, nunca entregó un cuchillo de mano en mano por miedo a pelear con esa persona y esperaba visitas cuando entraba por la ventana un  bicharraco verdoso que ella llamaba "chasquerito". Una suerte de libélula mal nutrida, raquítica, que  alimentaba añejas creencias.

Los sesenta y tantos que los separaban jamás fueron impedimento para forjar el férreo vínculo con la abuela. Cuando el reloj marcaba las cinco de la tarde, lo esperaba con el postre servido y su platinada cabellera parecía iluminar la habitación palabra tras palabra. Él escuchaba atento las historias dignas de enciclopedia que mamama recordaba para la ocasión. El cuento del caballo, como solía llamarlo, fue su preferido hasta el último tazón de arroz con leche compartido con la dulce y menuda ancianita. Escuchaba boquiabierto la hazaña del héroe que cabalgó hacia la eternidad armado solo con su coraje y el pabellón nacional, el que saltó del morro. Años después, supo que fue maestra escolar en una hacienda, sus cuentos eran para añorar sus años salvajes, tiempos de galope. Ella se fue, como todo lo bueno que alguna vez le trajo la suerte esquiva. Las noches, siempre propicias para recordar, llevaban a su mente una y otra vez esas imágenes.

El recuerdo de la abuela lo hizo espabilar, esa mañana  tomó la poca plata que le quedaba y caminó hacia el paradero. Luego de subir al 83 y colgarse a duras penas del pasamanos, distinguió una de las tonaditas del gordo centella. “Ahora que estoy enfermo abandonado y sin dinero”. Amagó una sonrisa, al menos estaba mejor que eso. 

El trayecto fue largo y el destino que indicaba el anuncio de periódico no fue fácil de ubicar, bajó del bus y tras preguntar unas tres o cuatro veces logró dar con la dirección. Se mantuvo frente al portón de madera con la esperanza de por fin encontrar eso que tanto hace falta a veces para llevar pan a la mesa, trabajo. Los golpes en la puerta parecían no hacer efecto hasta que se abrió una rendija. De pronto, escuchó una voz aguardentosa decir: “qué chucha pasa flaco, ¿a quién buscas?” Apenas y pudo distinguir los bigotes del sujeto que parecía haber dejado olvidada la amabilidad en alguna cantina.

“Vengo por el aviso del periódico”, balbuceó. Entonces el portero dijo: “ya, ya, pasa pasa chibolo. La oficina de Don Pocho está al fondo.” 

Se dirigió hacia la entrada del local por el camino de gravilla, el sol empezaba a quemar y su nerviosismo volcó en transpiración. Al cruzar la puerta, se vio en medio un bar, más o menos un centímetro de aserrín cubría el piso entre esas cuatro paredes que le recordaron el olor a tabaco y noche que papá dejaba en el sofá de la casa cada vez que volvía de los caballos. 

Luego de una breve plática, el rechoncho patrón, procedió a mostrarle el local. "Mira flaco, el bar donde chambearías es puro trámite, el verdadero negocio está acá". Don Pocho, corrió una  amplia cortina y perro vio frente a sus ojos algo que no se borraría nunca de su memoria. "¿Qué dices, quieres la chamba?"


Continuará...






jueves, 21 de agosto de 2014

Gracias Circo de mi vida, la función debe continuar

En un rato será mi último día en este lugar que considero mi casa y junto a ustedes que siempre quise y querré como una familia. Escribo ahora porque mañana no quiero sentirme en mi último día, soy muy débil para las despedidas y estas cosas. ¿Por qué un blog post? Porque quiero llevarme esto que siento ahora para siempre y que no se me pierda en un servidor de correo. 

A mis digitales amados: 


Quiero darles las gracias a todos y cada uno de por toda la buena vibra, cariño, energía, paciencia y buen humor por aguantarme con mis locuras y humores locos, creo que saben que mi gratitud para ustedes sobre este punto es gigante. He aprendido muchísimos de todos y eso fue exactamente a lo que vine a este lugar y siento que, en algo, cumplí mi objetivo. Este lugar es una escuela de la tetraputa, no pierdan nunca esa mística.

Cada vez que recuerdo cada paso que paso que hemos dado juntos, los momentos intensos, los pitches, los status con cliente, cada taxi, cada almuerzo, cada noche, cada reto me emociono y siento un nudito en la garganta.

Un año y tres meses que parecen una vida y eso es lo que más me gusta de todos, que se juegan la vida por esta pasión que volví a descubrir hombro a hombro con ustedes digitales. Esa pasión se llama publicidad. No puedo hacer menciones personales porque podría pecar de mezquino, son gente maravillosa, jamás lo olviden.

Me da mucho gusto ver cómo han crecido algunas personas, ustedes saben a quienes me refiero : )
Esta ha sido una decisión muy difícil, me voy a hacer lo que más me gusta, asumir retos. Quienes me conocen más sabrán que nunca me voy a olvidar de mi Circo Interactivo. No les puedo decir adiós porque no quiero que se vayan de mi corazón nunca.

Querido Circo, Carniceros y Brandlab:

He compartido aventuras con varios de ustedes y de verdad son increíbles, cada persona en esta súper agencia brilla con luz propia. Estoy seguro de que en esta nueva etapa va romper el molde como siempre. Muchas gracias por dejarme aprender tanto.

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Me despido con un par de lágrimas pelotudas por la emoción de recordar cada día con ustedes.


¡Hasta siempre, querido circo! Muchas gracias. 








martes, 2 de octubre de 2012

Por siempre héroes


Quienes alguna vez dedicaron valiosos minutos a leer este espacio, sabrán que nació para ser celoso guardián de narraciones que rebotan entre la ficción y experiencia. Desde que se abrió el baúl de los recuerdos, hace ya algún tiempo, he compartido con ustedes vivencias y devaneos creativos en forma de cuento. Líneas abajo los llevaré de la mano al mundo donde descansa una de mis memorias más gratas, lo es tanto que a mis veinte y pocos años encontré la manera de no dejar escapar esos momentos. 


En otra de esas noches disputada con fiereza entre la incipiente primavera y nuestro húmedo invierno, rodaba sobre mi madera por las calles del barrio y saltó una pregunta: ¿cuándo tuve mi primera historia entre manos? La respuesta más ociosa radica en atribuir el origen de mis primeras ficciones a las aburridas tareas escolares asignadas por mis canosos y añejos profesores del colegio San Luis. Sin embargo, los experimenté en casa, cuando era solo un niño. 

Las tardes en un condominio semivacío a menudo se sentían como inacabables, crecer como el único infante en un hogar con cinco adultos había logrado que me las arregle para jugar y divertirme en solitario. Esas eran buenas épocas para las arcas de la familia y los juguetes llegaban con cierta frecuencia, recuerdo que el trabajo de mamá y papá se encargaba de facilitar la tarea de comprar regalos de navidad con vales de compra para usar en la juguetería de ese supermercado legendario que hace poco fue vendido a una compañía chilena.

La siempre prodigiosa agudeza mental de mi padre lo llevó a formar en mí la capacidad de elegir desde que era muy chico con el simple ejercicio de ir a la juguetería y escoger mis regalos a voluntad. En una oportunidad, elegí tres figuras de acción de "Street Fighter". A estas alturas de la vida era fanático de las patadas voladoras de Van Damme y tener una figura de acción del bodrio cinematográfico en que encarnó al Coronel Guile era inimaginable hasta que mis ojos se salieron de órbita frente a la góndola.  

Llegué a casa fulgurante de emoción, no solo tenía a Guile sino también a su más terrible enemigo, ¡el General Byson! Es en ese preciso instante en que todo comenzó para mí. En adelante, cada tarde era una historia nueva en la que personajes de la infancia como Los Motorratones de Marte, Batman, Luke Skywalker y algunos juguetes chinos de inexplicable origen tomaban partido en eternas batallas ambientadas entre cajas, latas y cuanto objeto útil para desatar la imaginación.

¿Lloré alguna vez cuando se rompían, despintaban o dañaban mis caballeros de plástico? ¡Jamás! Cada detalle o eventualidad era un giro diferente en la trama que construía durante mis tardes de juego. Esa creatividad llena de esperanza propia de la niñez es envidiable, es lo que me permite componer estas líneas. De alguna manera logré conservar ese brillo y lo tengo presente cada minuto de mi vida. 

Hace un tiempo desempolvé las viejas figuras de acción que reposaban sin pena ni gloria en el fondo de un barril en la esquina mi habitación. Los pobres Street Fighters no sobrevivieron a las implacables redadas de donación de juguetes de mi madre, pero para mi suerte respetó mi deseo de atesorar algunos ejemplares.

Lo decidí, empecé una colección de con los héroes que conservé, después de tantas batallas merecen un lugar privilegiado como adorno y trofeo de ese entusiasmo por la ficción que aún no pierdo. Los veteranos han incorporado en sus filas algunos refuerzos, seguirán sumándose otros. Ellos son mi tributo a ese niño que jamás dejaré morir, el que cuenta historias, imagina momentos épicos y cree en la bondad como móvil de las más hidalgas campañas. 



Gracias por salvar lo mejor de mí, muchachos. 






miércoles, 29 de febrero de 2012

Ninfa

Era una de esas húmedas noches limeñas, pleno invierno, el cuerpo pedía a gritos un buen vaso de ginebra. Las piernas me llevaban a duras penas por las calles del viejo barrio, necesitaba entrar al bar cuanto antes y arrancar el frío barranquino de mis huesos. 


Por fin llegué a ese antro de beodos amistosos. El ambiente está cargado de olor a tabaco barato y  saludo a un par de camaradas mientras, a duras penas,  regalo un gesto amable a las brujas de la mesa de siempre. Están en ese rincón juerga tras juerga, recuerdo las caras de sus ocasionales víctimas. La situación con ellas siempre fue estar juntos pero no revueltos, no entraría en la cama de ninguna para luego compartir la misma cantina e imaginar sus cuchicheos.


El único vaso por el que salí de casa se convirtió en tres estocadas de Gin y su seca borrachera adormece los músculos de mi cara. De pronto, la puerta de esa pocilga se abre y un relámpago ilumina la media luz mortuoria del bar. Luego de la imagen que apartó el alcohol de mi cabeza, entré en razón y recordé esa cara, esa figura digna de deseo y admiración. ¿Qué hacía esa princesa en medio de tanta decadencia?


La memoria aclaró, había visto a la chica del bar meses antes. El escenario era un casino sanisidrino, mesas de Blackjack y media botella corriendo por mis venas. La vi con un apostador, de esos cincuentones que llevan  cara de otrora playboy, los días de gloria de ese vejete eran cosa del pasado. La verdad en todo esto es que no pretendía saber demasiado, iría por ella y punto. Esa noche no sería otro frío episodio en solitario. La primera mirada fue cruzada y no fui yo quien bajó la guardia, estaba sola y sentada en la misma barra.


Luego de armarme de valor con el último sorbo me acerqué a iniciar una conversación o al menos intentarlo. Si hay algo que combina bien conmigo y abordar mujeres de noche es estar tomado. Jamás me veo tan mal  como la realidad etílica del momento y desinhibe los más reptílicos instintos de mi ser. El asedio fue exitoso y  robé un breve pero cálido beso entre la conversación, ambos sabíamos qué queríamos después de un par de horas de plática y bebida. Acto seguido, tomé su cara con la mano derecha y llevé mis labios hacia su boca en un juego que fue in crescendo, pausado e intenso.


El espacio entre su cuello y pelo desprendía un exquisito olor, dulce. Mis manos se posaron en sus caderas, era una mujer con un cuerpo que pondría en aprietos a quien sea, perfecta armonía, refugio de sensaciones escondidas. La hora avanzaba y el momento de llevar la fiesta a un lugar privado llegó, el taxi amerita otra historia que no contaré hoy.


En menos de lo que me percaté estábamos en su cama, la ropa estorbaba en demasía y el ímpetu solo dejó lugar para fundirnos en el espiral de calor que aguardaba por nosotros. Nuestros cuerpos jugaban para alimentar las ansias de la excitación, recorrí cada rincón de su anatomía con el mapa de sus emociones como única guía. El instante en que irrumpí en  su interior fue glorioso,  a partir de mi  incursión busque esa boca una y otra vez mientras las posiciones variaban al ritmo del deseo.


Aquél beso de licor se prolongó hasta el punto en que no pude hacer más que dejarla tomar las riendas del encuentro, allí tumbado bocarriba podía presenciar cómo disfrutaba cada descarga de nuestros sentidos. Esa mirada que logró atraparme entre las paredes del bar estaba en llamas, me senté de golpe al sentir como sus piernas atenazaban mis caderas, tomé su cintura hasta que el clímax nos fulminó. Sus manos se clavaron en mi espalda, la calma reinó luego de la deliciosa tormenta.
 
La mañana llegó y me encontré en una cama vacía, mi cabeza estallaba de resaca y no había rastros de mi sensual chica-demonio. Lo primero que logre enfocar con la mirada fue lo que vi escrito en la pared de la habitación. Un solo pensamiento invadió mi mente: "Maldita sea, es viernes y tengo que ir al trabajo".  



lunes, 20 de febrero de 2012

Carnaval toda la vida

Cuando recuerdo la exquisita sensación que me invadió el pasado marzo la mañana del carnaval, un enorme deseo festivo recorre mi cuerpo. Ese domingo desperté cerca de las ocho cuando el sol entró por mi ventana y la emoción hizo lo que tres despertadores jamás lograrían. Ese día el carnaval empezaba en el barrio, desde mi adorada esquina.

Es verdad, me gusta mucho el carnaval. ¿Por qué? Simple, es uno de esos días en que puedo volver a sentir la alegría que solía destilar cuando niño. Por ejemplo, ver felices a mis vecinos sesentones disfrutando de una mañana/tarde diferente le da una sazón particular a la experiencia. Color, percusión, comparsas, amigos felices y bailando, es lindo.

El Carnaval de Barranco es una fiesta que reúne a los barrios del distrito y los inflatables invitados de otras zonas de Lima, un momento para compartir en el que las calles dejan su típico gris y abraza un sinfín de manifestaciones que hacen mágico el momento.     

Por el contrario, llega un momento en que todo se torna oscuro, caótico y perjudicial para los vecinos y el distrito. Cuando la fiesta se transforma en una irresponsable y descontrolada manifestación de pseudo libertad, el espíritu del Carnaval de Barranco se desvanece y solo queda la prepotente turba.

En la edición 2010, una clara falta de organización y pésima actitud tanto de carnavaleros como de las autoridades transformaron la fiesta en gas lacrimógeno, detenidos y el peor de los recuerdos para muchos que hemos disfrutado del Carnaval por años.  Jamás será justificable el trato que dio la policía a la gente pero debemos reconocer que lanzar botellas a los agentes y llamarlos cornudos, con canciones dignas de barristas, no eran la manera correcta de proceder. 

Sin embargo,  la nueva administración que asumió las labores municipales al año siguiente apoyó la organización del evento y se hizo un Carnaval mucho más inclusivo y con un recorrido de mayor longitud. El fin de fiesta en la plaza fue memorable, similar a la genial idea que tuvo la organización del Carnaval Marino del 2009 con la caminata rumbo al muelle de Chorrillos.

Recuerdo también que se pidió a los carnavaleros que despejáramos el distrito porque era hora de terminar la fiesta. Lo más responsable si queríamos seguir disfrutando el siguiente verano.

Lo que ocurrió esa noche es que no todos hicimos caso, me incluyo, decidimos seguir la fiesta en la bajada de baños. Luego, el grupo se mudó hacia el parque de los bomberos. En ese trayecto todo salió de control, algunos individuos molestaron a los conductores en la Av. Grau y lo último que recuerdo antes de volver a casa fue que hasta se faltó el respeto a los nobles bomberos que lo único que hacen es ayudar cuando hay emergencias.

¿A quién le gustaría que orine la pared de su casa, muestre nulo respeto por la propiedad privada y perturbe su descanso un domingo por la noche? 

¿Por qué escribo esto? Porque creo que si de verdad amamos el Carnaval por lo que representa y no  buscamos pretextos para pegarnos la borrachera de nuestra vida,  debemos actuar de manera responsable y demostrar que somos gente con educación. Este año queda esperar y si el carnaval es solo un pequeño corso como dicen algunos rumores no me molesta la idea. Nuestros derechos tienen límites y es  el respeto por los  derechos de las demás personas.

Hasta la próxima mis queridas y queridos.


"Carnaval toda la vida y una noche junto a vos, si no  hay galope se nos para el corazón"



  


viernes, 3 de febrero de 2012

Ficción I: Epílogo

El humo entra lento a mi cuerpo y siento esa exquisita sensación de alivio. La ansiedad no me permite seguir en casa, buscaré refugio en el malecón.

Al pasar por la esquina  me cruzo con los viejos de siempre, tantos años viendo su rutina. Es curiosa la repugnancia mutua que guardo con cada uno, siempre me miraron como culpable y es así como vivo. La culpa es  mi deporte favorito. ¡Qué lindo es el barrio de noche! El ámbar del alumbrado público es gran aporte para su encanto. Otra vez distrayéndote en lugar de enfrentar el problema. Necesito poner la mirada en un punto fijo y pensar.

El mar, eterno cómplice, mudo testigo y centinela. A veces quisiera que fuese como el "Río místico" del viejo Eastwood para lavar en él todos mis pecados. ¿Cómo pudiste arruinarlo todo? Necesito algo bueno que decir cuando pidan explicaciones o asumir lo que me corresponde. Borrarse del mapa no es una opción, te encontrarían en el mismo infierno si es preciso.  


Es tarde para arrepentimiento, siento que jodí a demasiada gente. Esta noche no hay marcha atrás ni ganas de buscar chivo expiatorio. Nuestras vidas son producto de las decisiones que tomamos a cada instante, las mismas pueden darle súbito final a tu historia.

Aquél escalofrío que recorrió mi espina en el primer trabajo me invade, sé bien lo que debo hacer. En tiempos como este el honor pasó a ser algo estrictamente personal, días en el que Maquiavelo es una forma de vida y el fin de nuestros actos es lo único que importa. Los códigos son solo cuento de viejos, hemos caído en el dulce vértigo de nuestra engreída y falsa omnipotencia. Tomaré el poco honor que me queda y haré lo que debo.

Somos tú y yo, hombre y máquina en nuestro último baile. Un movimiento me separa de mi destino, abrazaré mis demonios.

Adiós.