viernes, 3 de febrero de 2012

Ficción I: Epílogo

El humo entra lento a mi cuerpo y siento esa exquisita sensación de alivio. La ansiedad no me permite seguir en casa, buscaré refugio en el malecón.

Al pasar por la esquina  me cruzo con los viejos de siempre, tantos años viendo su rutina. Es curiosa la repugnancia mutua que guardo con cada uno, siempre me miraron como culpable y es así como vivo. La culpa es  mi deporte favorito. ¡Qué lindo es el barrio de noche! El ámbar del alumbrado público es gran aporte para su encanto. Otra vez distrayéndote en lugar de enfrentar el problema. Necesito poner la mirada en un punto fijo y pensar.

El mar, eterno cómplice, mudo testigo y centinela. A veces quisiera que fuese como el "Río místico" del viejo Eastwood para lavar en él todos mis pecados. ¿Cómo pudiste arruinarlo todo? Necesito algo bueno que decir cuando pidan explicaciones o asumir lo que me corresponde. Borrarse del mapa no es una opción, te encontrarían en el mismo infierno si es preciso.  


Es tarde para arrepentimiento, siento que jodí a demasiada gente. Esta noche no hay marcha atrás ni ganas de buscar chivo expiatorio. Nuestras vidas son producto de las decisiones que tomamos a cada instante, las mismas pueden darle súbito final a tu historia.

Aquél escalofrío que recorrió mi espina en el primer trabajo me invade, sé bien lo que debo hacer. En tiempos como este el honor pasó a ser algo estrictamente personal, días en el que Maquiavelo es una forma de vida y el fin de nuestros actos es lo único que importa. Los códigos son solo cuento de viejos, hemos caído en el dulce vértigo de nuestra engreída y falsa omnipotencia. Tomaré el poco honor que me queda y haré lo que debo.

Somos tú y yo, hombre y máquina en nuestro último baile. Un movimiento me separa de mi destino, abrazaré mis demonios.

Adiós.  




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