martes, 2 de octubre de 2012

Por siempre héroes


Quienes alguna vez dedicaron valiosos minutos a leer este espacio, sabrán que nació para ser celoso guardián de narraciones que rebotan entre la ficción y experiencia. Desde que se abrió el baúl de los recuerdos, hace ya algún tiempo, he compartido con ustedes vivencias y devaneos creativos en forma de cuento. Líneas abajo los llevaré de la mano al mundo donde descansa una de mis memorias más gratas, lo es tanto que a mis veinte y pocos años encontré la manera de no dejar escapar esos momentos. 


En otra de esas noches disputada con fiereza entre la incipiente primavera y nuestro húmedo invierno, rodaba sobre mi madera por las calles del barrio y saltó una pregunta: ¿cuándo tuve mi primera historia entre manos? La respuesta más ociosa radica en atribuir el origen de mis primeras ficciones a las aburridas tareas escolares asignadas por mis canosos y añejos profesores del colegio San Luis. Sin embargo, los experimenté en casa, cuando era solo un niño. 

Las tardes en un condominio semivacío a menudo se sentían como inacabables, crecer como el único infante en un hogar con cinco adultos había logrado que me las arregle para jugar y divertirme en solitario. Esas eran buenas épocas para las arcas de la familia y los juguetes llegaban con cierta frecuencia, recuerdo que el trabajo de mamá y papá se encargaba de facilitar la tarea de comprar regalos de navidad con vales de compra para usar en la juguetería de ese supermercado legendario que hace poco fue vendido a una compañía chilena.

La siempre prodigiosa agudeza mental de mi padre lo llevó a formar en mí la capacidad de elegir desde que era muy chico con el simple ejercicio de ir a la juguetería y escoger mis regalos a voluntad. En una oportunidad, elegí tres figuras de acción de "Street Fighter". A estas alturas de la vida era fanático de las patadas voladoras de Van Damme y tener una figura de acción del bodrio cinematográfico en que encarnó al Coronel Guile era inimaginable hasta que mis ojos se salieron de órbita frente a la góndola.  

Llegué a casa fulgurante de emoción, no solo tenía a Guile sino también a su más terrible enemigo, ¡el General Byson! Es en ese preciso instante en que todo comenzó para mí. En adelante, cada tarde era una historia nueva en la que personajes de la infancia como Los Motorratones de Marte, Batman, Luke Skywalker y algunos juguetes chinos de inexplicable origen tomaban partido en eternas batallas ambientadas entre cajas, latas y cuanto objeto útil para desatar la imaginación.

¿Lloré alguna vez cuando se rompían, despintaban o dañaban mis caballeros de plástico? ¡Jamás! Cada detalle o eventualidad era un giro diferente en la trama que construía durante mis tardes de juego. Esa creatividad llena de esperanza propia de la niñez es envidiable, es lo que me permite componer estas líneas. De alguna manera logré conservar ese brillo y lo tengo presente cada minuto de mi vida. 

Hace un tiempo desempolvé las viejas figuras de acción que reposaban sin pena ni gloria en el fondo de un barril en la esquina mi habitación. Los pobres Street Fighters no sobrevivieron a las implacables redadas de donación de juguetes de mi madre, pero para mi suerte respetó mi deseo de atesorar algunos ejemplares.

Lo decidí, empecé una colección de con los héroes que conservé, después de tantas batallas merecen un lugar privilegiado como adorno y trofeo de ese entusiasmo por la ficción que aún no pierdo. Los veteranos han incorporado en sus filas algunos refuerzos, seguirán sumándose otros. Ellos son mi tributo a ese niño que jamás dejaré morir, el que cuenta historias, imagina momentos épicos y cree en la bondad como móvil de las más hidalgas campañas. 



Gracias por salvar lo mejor de mí, muchachos.