Quienes alguna vez dedicaron valiosos minutos a leer
este espacio, sabrán que nació para ser celoso guardián de narraciones que
rebotan entre la ficción y experiencia. Desde que se abrió el baúl de los
recuerdos, hace ya algún tiempo, he compartido con ustedes vivencias y devaneos
creativos en forma de cuento. Líneas abajo los llevaré de la mano al mundo
donde descansa una de mis memorias más gratas, lo es tanto que a mis veinte y
pocos años encontré la manera de no dejar escapar esos momentos.
En otra
de esas noches disputada con fiereza entre la incipiente primavera y nuestro
húmedo invierno, rodaba sobre mi madera por las calles del barrio y saltó una
pregunta: ¿cuándo tuve mi primera historia entre manos? La respuesta más ociosa
radica en atribuir el origen de mis primeras ficciones a las aburridas tareas
escolares asignadas por mis canosos y añejos profesores del colegio San Luis.
Sin embargo, los experimenté en casa, cuando era solo un niño.
Las
tardes en un condominio semivacío a menudo se sentían como inacabables, crecer
como el único infante en un hogar con cinco adultos había logrado que me las
arregle para jugar y divertirme en solitario. Esas eran buenas épocas para las
arcas de la familia y los juguetes llegaban con cierta frecuencia, recuerdo que
el trabajo de mamá y papá se encargaba de facilitar la tarea de comprar regalos
de navidad con vales de compra para usar en la juguetería de ese supermercado
legendario que hace poco fue vendido a una compañía chilena.
La
siempre prodigiosa agudeza mental de mi padre lo llevó a formar en mí la
capacidad de elegir desde que era muy chico con el simple ejercicio de ir a la
juguetería y escoger mis regalos a voluntad. En una oportunidad, elegí tres
figuras de acción de "Street Fighter". A estas alturas de la vida era
fanático de las patadas voladoras de Van Damme y tener una figura de acción del
bodrio cinematográfico en que encarnó al Coronel Guile era inimaginable hasta
que mis ojos se salieron de órbita frente a la góndola.
Llegué a
casa fulgurante de emoción, no solo tenía a Guile sino también a su más
terrible enemigo, ¡el General Byson! Es en ese preciso instante en que todo
comenzó para mí. En adelante, cada tarde era una historia nueva en la que
personajes de la infancia como Los Motorratones de Marte, Batman, Luke
Skywalker y algunos juguetes chinos de inexplicable origen tomaban partido en
eternas batallas ambientadas entre cajas, latas y cuanto objeto útil para
desatar la imaginación.
¿Lloré
alguna vez cuando se rompían, despintaban o dañaban mis caballeros de plástico?
¡Jamás! Cada detalle o eventualidad era un giro diferente en la trama que
construía durante mis tardes de juego. Esa creatividad llena de esperanza
propia de la niñez es envidiable, es lo que me permite componer estas líneas.
De alguna manera logré conservar ese brillo y lo tengo presente cada minuto de
mi vida.
Hace un
tiempo desempolvé las viejas figuras de acción que reposaban sin pena ni gloria
en el fondo de un barril en la esquina mi habitación. Los pobres Street
Fighters no sobrevivieron a las implacables redadas de donación de juguetes de
mi madre, pero para mi suerte respetó mi deseo de atesorar algunos ejemplares.
Lo
decidí, empecé una colección de con los héroes que conservé, después de tantas
batallas merecen un lugar privilegiado como adorno y trofeo de ese entusiasmo
por la ficción que aún no pierdo. Los veteranos han incorporado en sus filas
algunos refuerzos, seguirán sumándose otros. Ellos son mi tributo a ese niño
que jamás dejaré morir, el que cuenta historias, imagina momentos épicos y cree
en la bondad como móvil de las más hidalgas campañas.
Gracias por salvar lo mejor de mí, muchachos.